Las chivas, desde tempranas horas, en el sector de la Mariscal dan cuenta de la festividad. Con silbatos, música, bailes y vítores la gente va pregonando su cariño por la capital. Ahora ya no se ven “trompudos” encaramados en estos vehículos.
San Francisco de Quito, es como la bautizó Sebastián de Benalcázar hace 488 años, un 6 de diciembre de 1534, por encargo de su superior, Diego de Almagro, quien en agosto de eso mismo año había establecido que Quito sea en lo que hoy es Riobamba, en la provincia de Chimborazo.
Quito, antes de la fundación Española era Kitu, con “K”, geografía que pertenecía al imperio inca desde 1491, después de la Batalla Yahuarcocha. Kitu junto a Tumi Pamba, que luego pasó a ser Cuenca, eran puntos estratégicos para el dominio territorial.
Transcurrida la fundación a manos de Sebastián de Benalcázar, Quito alcanza su desarrollo económico en los 70’s con la creación del Ferrocarril Transandino y del Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre, en medio del boom petrolero ecuatoriano.
En Quito, el pasado prehispánico convive con las costumbres que llegaron con la conquista española, especialmente en la gastronomía. El locro es una muestra de esa fusión, de aquel aporte mutuo. Resulta que previo a la colonización en estas tierras se comía un caldo de papas con ají, plato al que con la llegada de las costumbres culinarias de los colonizadores se le añadió refrito y lácteos. Según un estudio turístico el locro es el plato que más se sirve en hoteles en restaurantes de Quito.
Sin duda su historia, la huella dejada en este suelo, es un bien invaluable que se debe atesorar para generaciones presentes y venideras, de camino a un futuro sostenible y sustentable, alimentado en la identidad. La Unesco se preocupó de esa necesidad y por ello en 1978 declaró a Quito Patrimonio Cultural de la Humanidad con el afán de fomentar la conservación de sus conventos, iglesias y todo su centro histórico o casco colonial, en donde se destacan la Basílica del Voto Nacional, la Iglesia de la Compañía de Jesús, la Virgen del Panecillo o la Plaza de la Independencia.
Quito es la capital más antigua de Sudamérica. Está dividida en 9 administraciones zonales que se encargan políticamente de sus 32 parroquias urbanas y 33 rurales. La mayoría de ellas con potencial turístico que viene creciendo con el pasar de los años para promocionar todas sus bondades geográficas y naturales. Entre esas atracciones tenemos la Ciudad Mitad del Mundo y la Reserva Geobotánica Pululahua. Aquí no puede quedar por fuera la comida, el paisaje y el clima de sus valles.
Quito o Kitu merece una celebración real.
Con todo el legado y las bondades heredadas en este territorio no todo está garantizado. Las amenazas siguen creciendo, evolucionando y consolidándose como un riesgo para la vida pacífica, sana y segura. San Francisco de Quito es una ciudad para apropiarse pero desde su historia, valorando su pasado y sacrificio para entenderla, quererla y respetarla. Como quiteños, nacidos o no aquí, estamos convocados a la minga por su conservación, no solamente por la infraestructura en general, sino también por la salud social y ambiental de la capital.
Quito, al igual que otras urbes nacionales e internacionales, también ha sido impactada por las lacras, por los fenómenos que devienen de estar socialmente debilitados: cuando la pobreza campea y el acceso a derechos y servicios es limitado. Hoy es de lo más cotidiano revisar información sobre atentados, sobre hechos que ahondan esa sensación de inseguridad o inestabilidad emocional. Pero, peor aún, esas amenazas no están solo en las calles, sino también dentro de las escuelas, colegios, instituciones de la seguridad pública y hasta en la propia casa, es lo que reflejan los titulares más frescos sobre los casos violencia de género.
Son tiempos de fiesta, tiempos para cantar el “Chullita Quiteño” a todo pulmón, como queriendo rechazar o esconder el duro panorama en el que todos tenemos responsabilidad y que nos asusta. La celebración, el bullicio, por ahora sirven para eso, para disimular un paisaje nocivo que aún con la fiesta no se va, que solo se disipa un poco con la algarabía de las fechas.
Esta ciudad nos fue entregada a costa de sangre, a costa de la vida de mártires que vieron más allá de sí mismo para que podamos disfrutar de ese derecho primordial, el derecho a la vida y a la libertad, sin embargo no somos congruentes con el sacrificio que precede cuando somos actuamos con injusticia, irresponsabilidad, cuando no fomentamos el respeto y la igual para todos, circunstancias que son el caldo de cultivo para tener una sociedad en conflicto.
Quito merece una celebración real que valore su pasado y su razón de ser. Quito merece una celebración con acciones y compromisos de mejores ciudadanos y ciudadanas que fomentan espacios de paz, de bien, de justicia.
Irfeyal es parte de ese compromiso desde la educación como un pilar indispensable para impulsar una sociedad rica en valores de convivencia, de respeto e igualdad. Esta es nuestra forma de honrar a San Francisco de Quito en su aniversario de fundación, compartiendo de su historia e interesándonos con los temas inherentes a la ciudad capital.
¡Viva Quito!